Alguna vez
quise estudiar veterinarias.
Me interesaban
los animales y se me cruzó por la cabeza, necesitaba un cambio y simplemente lo
elegí.
Y tenía
dos buenas razones.
DOS:
- Quería entender a los animales.
- Y salvarlos (que arrogancia).
Eso era realmente.
No deliraba en ansias de ser el Vademecum humano, ni la entusiasta de las
cirugías; tampoco me desvivía por ser una erudita de laboratorio. Quería
entenderlos y ayudarlos a que no se mueran.
La segunda
razón estaba más en llamas que la
primera. Y me parece que por un tiempo se transformó en la principal razón.
Un día ví
como una jauría de perros se atacaban entre sí, dejándose gravemente heridos y
hasta moribundos.
Alguna vez
observé como una gata rechazaba a uno de sus recién nacidos, actuando como selector
natural al negarle leche de su cuerpo.
Ví como una
gacela renga, era ultimada por un león. Cómo un águila aprovechaba la
distracción de un (ex) conejo.
Cruel
naturaleza. Lo miraba desde el afuera, como si la naturaleza no se aplicara a
mi condición de humana. Feliz de ser humana. Por aquello que llamamos moral y
sentido común. Humana.
“Afuera es una jungla”.
Eso me dijo
alguien una vez, y no dudé en darle la razón. Con tan solo escuchar esa frase
pensaba en esa salvaje Naturaleza de la que por cierto tomaba distancia. Porque pertenecía, pero de otra forma. Muy distinta, donde un
sistema de valores dado por un grupo grande o pequeño de personas que se hacen
llamar comunidad esperan, exigen, claman, respiran, cargan, llevan, sudan:
Moral y sentido común.
Como un
mantra: Moral y sentido común.
Me
sentí felizmente aparte. Nos sentí a
todos como apartados de esto.
Porque hay
moral y sentido común, donde un título como comunidad dado por un grupo grande
o pequeño de personas con un sistema de valores válidos, pensados y estudiados
pueden vivir como seres civilizados sin tener que tomar rehenes; volar rascacielos, iglesias, hospitales y
escuelas; solo para el beneficio político,
social y económico de unos pocos.
Como un mantra:
Moral y sentido común...
...algo que parece no funcionar.
Y en ese
instante final, lo sórdido se va, y nos da pena, y desesperación y miedo y
tristeza de entender que la vida no vale tanto como creemos y que esta
Naturaleza aparte en la que hoy habito y camino me avergüenza, lastima y
envenena.
Afuera es
una jungla.
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